Puertas

  Mientras fotografiaba la última puerta (puerta número 18) de esta serie de fotos de puertas, pensaba, por qué reunía estas imágenes que solo yo entiendo. Debería contar que hay atrás. Hace 7 u 8 años hice un viaje, me fui de aquel departamento en la que vivía (puerta número 8). Me fui a vivir 3 meses a otro país, a departamento de una amiga que en ese tiempo vivía con quien era su novio, hoy su marido (puerta número 9). Cuando volví, pensé que terminaba el viaje. Pero no. Como acá no tenía un lugar estable, me di cuenta de que acá también seguía el viaje. Antes de vivir en la puerta 14, estuve un año dando vueltas y las puertas que se me abrieron (puertas 10,11, 12,13) fueron las mismas, que, en tiempos de infancia, me invitaban a jugar. Las casas, los ladrillos, eran otros, pero las personas eran las mismas. También viví en una oficina (puerta 11). Tengo un recuerdo, de la primaria, (puerta 1), que en alguna materia nos pedían que escribiéramos una suerte de biografía. Siempre suponía que la mía era un poco aburrida, dado que en aquel tiempo yo siempre había vivido en la misma casa, he ido siempre al mismo colegio. Todavía (puerta 2, 3, 4 y 5) no habían venido. Pensaba que algún compañero que había vivido una mudanza o un cambio de colegio, tenía más material para hacer de su biografía algo más interesante. Hará 6 meses, de que escribo esto, tuve un sueño. Siempre es aburrido hablar de los sueños que uno sueña. Comentar en palabras esas imágenes nocturnas que casi poco recuerda uno al despertar. Este era bastante simple, yo me estaba por mudar. Otra vez. Me mudaba (de puerta 17 a la 18) en la vida real y en la realidad del sueño. En el sueño yo despedía a alguien, que tenía mi rostro, mis ojos. Era alguien que ya no podía venir conmigo. Era algún yo, no se cuál. Le decía, el yo que se mudaba, que ya éramos muchos, que no podía venir esta vez. No sé qué parte de mi despedía a que parte de mí. La fotografía puede ser un hogar, un recuerdo en el que uno vive seguro. Yo fotografié estas puertas que sinceramente no tienen mucho atractivo fotográfico y casi su único mérito es reunirlas acá, es coleccionarlas, es el paso del tiempo. No sobresalen por sus líneas, ni por la luz que las atraviesa. Me recuerdo cuando empecé con la fotografía (puerta 6) pasaba mucho tiempo viendo películas que eran recomendadas por su dirección de fotografía. Yo estudiaba en el SICA, Sindicato de la Industria del Cine, dirección de fotografía. Caminaba hasta un video club del barrio que se llamaba Leblon, quedaba ahí a unas cuadras de esa puerta. Me asocié a ese porque la gran cadena del momento no me aceptaba como socio, porque no tenía ningún servicio a mi nombre. No tenía lazos con la puerta en la que vivía. En el video club buscaba películas, en VHS, de Vittorio Storaro o de Gordon Willis o algún clásico de Kubrick. Yo las miraba tratando de aprender lo que más podía. Mis fotos de puerta no reflejan que haya aprendido tanto. Hace poco (puerta 18) leía Los Diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia. Renzi nos cuenta que empezó a escribir su diario cuando se mudó, con su familia, una noche, de Adrogué a Mar del Plata. "En esos días, en medio de la desbandada, en una de las habitaciones desmanteladas de la casa empecé a escribir un diario. ¿Qué buscaba? (…) Muchas cosas cambiaron desde entonces, pero me mantuve fiel a esa manía". Capaz el mérito es la fidelidad o mantenerse. Antes (puerta 17) tuve la suerte de encontrar el libro, Trayendo a casa todo de nuevo, de Fabián Casas, editorial Emece . Entre tantos ensayos, hay uno que me queda grabado. Se llama Abey Road. En el ensayo, Casas, empieza escribiendo de los Beatles, de la tapa de ese disco, de Abey Road, de los otros discos, de la banda, nos cuenta la historia de ese disco en particular. Y luego nos dice «ahí estaban, en el lado de dentro de la puerta del ropero de mi primo». Uno no se da cuenta y está dentro de su casa, de su recuerdo, de su infancia. Como el mago que va haciendo lento el truco y nos hace ver algo. Sin saber que es nos dejamos y al rato estamos del otro lado. Estamos dentro de la historia, del texto, de la fotografía. Cuando yo muy entusiasmado comenzaba a armar una cámara placera. Yo lo llame proyecto caja. Alguien me dijo que no me baje, que le meta al proyecto, que este siempre tratando de hacer, de mejorar, de construir. Que fotografié. Que siga. Como si la recompensa del final no fuera tal. Que la recompensa es más bien algo que se desgrana a medida que pasa el tiempo en que uno hace algo. A veces hacemos cosas esperando encontrar la respuesta, a veces solo buscamos ese atajo, que nos haga entrar. Como si hubiera una diferencia entre un lado de la puerta y el otro. Me di cuenta, tal vez, no me cierro con esta idea, que a veces, solo a veces, aquello que buscamos no está del otro lado de la puerta.


Lucas Gosende



El escruchante soy yo.

Entré al lugar con la mente en penumbras. El sol de tarde daba a una ventana que no era la que yo miraba. Dudé. Desde la frontera que supone esta puerta se ve conocido. Entrando por sorpresa a lo que podía ser mi casa, empujé la puerta pensando que tal vez del otro lado había alguien, pero estaba vacío. Vacilé un momento. Había un desorden familiar. Un gran estante colgaba a la derecha, unos libros, una mesa, una gran ventana al fondo tapada por una cortina blanca, cálida, que oscurecía la sombra y el sol que entraba. Di pasos lentos en ese primer tramo. Tomé una pausa en el pasillo, y vi una foto impresa y enmarcada en la pared, de una lata de cerveza que espía tras una bolsa de papel. Miré hacia el cuarto, en algún momento pareció mío, se veía cálido, intrépido, desarreglado. Era un departamento con pocas fotos familiares, un reducto sin personas presentes. No había fotos mías, por eso sentía que aquello que había ahí no era mío ni de nadie. De improvisto me agache frente a una mesa de luz. Revolví buscando algo que valoré alguien. Tomé sin más lo que había. Busque en el placar algo familiar. Hallé una cámara de fotos. Unos lentes me reflejaban. Me vi comprometido en ese obturador. En el fondo, un bolso negro brillaba en lo oscuro de la ropa. Reuní las cámaras y sus lentes. Las tome con violencia, Me llevé de mí, lo que más me gustaba. Aparté los ojos del resto y ahora busco. Acecho, como acechan a Borges los espejos, como el cazador, como el oportunista. Husmeo. Me estiré para sujetar con fuerza una Yashica Mat G 124 que estaba envuelta en cuero. Ahí descansando sin ser usada por nadie. Sujeté lo que pude. En la búsqueda no vi los ojos de niños, ni adultos enmarcados. Esta es una casa sin rostro que se parecía a la mía. Tanta cámara, y aquí en esta mesa de luz nada que me hable de ti, no hay recuerdos del mar frio, no hay padres sosteniendo a ninguna niña, no hay beso de romance joven en el litoral de algún sitio, no hay aquí imagen que diga feliz año. Tantos lentes guardados y en estas paredes blancas no hay nada. Nadie sopla una vela que diga feliz cumpleaños, te queremos mucho. Yo me paro en tu sitio y tomé lo que descansa, como la tarde de este sábado que apaga su luz. Sospecho que estas volviendo. Tengo que huir porque allí vengo yo en el ascensor subiendo y nuestros destinos no pueden cruzarse. Temblando un poco por la emoción de irme con lo que ahora es mío y lo que ayer fue tuyo. Escapo de esta tierra repleta de recuerdos guardados en discos rígidos. Miro allí, como libro esperando a ser leído, otra cámara más. La llevo si no la usas; permíteme hacerlo. Temo que se pierda su imagen entre tanta palabra. Debo salir rápido que estoy llegando. Por la otra puerta quien no soy yo, sé está yendo como casi siempre. Su imagen en mi mente se vuelve a escapar siempre. Se escapa de mi como cuando  me duermo. Allí parado frente a lo mío estas vos y estoy yo. Estamos ante la misma imagen. Cuando me vaya y veas lo que ya no está entre tu ropa, veras una sombra de mí. Sombra que recorre este espacio tuyo sin rostro, como una casa sin fotos. Como un taxi sin pasajeros. No temas. No me llevo tus imágenes pasadas, ni el recuerdo débil de tu conciencia. 

Entré. Ya no estoy. Me fui. Me hubieras detenido solo si hubieras dejado colgado en un rincón de esta casa algo que mostrara un reflejo mio. Capaz si no escondieras las imágenes en estas cajas negras. Si hubieras puesto sobre algún estante un álbum con el lomo gordo y bordo, con letras doradas, que diga Álbum Familiar, para que yo me distraiga, capaz me detenía a mirar esos marzos escolares, ese tiempo joven de abanderado falso. Si en esa tarde de sábado durante mi huida encontraba apretada con chinches en un corcho algunos recuerdos salteados. Capaz mi mirada te encontraba. Si esos cuatro portarretratos vacíos que están colgados dijeran algo de mí, entonces me hubiera visto, me hubiera detenido. Pero no. Capaz soy yo el ladrón que entra en silencio y que guarda celosamente esas fotos y no las muestra. Soy yo el que roba historias y no las reúne en forma de papel, en la mesa donde se toma el té y se juntan las tías a contar otra vez ese viaje. Soy yo el que no les pone un epígrafe que diga: “Carlos y Susana con Horacito en Mar del Plata, 1985”. Entre tanta imagen, vos y yo sin vernos. Mientras tanto me quedo con las mieles de la duda de cómo será tu rostro y me quedo con este carro con lunares, para las compras de domingo, en donde envolví el bolso negro, las cámaras y lo que ya no es mío.


Lucas Gosende. 

Calma chicha.

 



 Polvo. Volaba por el aire detrás de la camioneta que los traía. Se pegaba la tierra a la chapa negra. El sol brillaba y su luz dejaba ver un concierto de partículas girar. Había un aire fresco de fuera de temporada dando vueltas. La camioneta avanzaba sobre un camino de arena, tierra, piedra y polvo. A la derecha, unos médanos que se desasían, arena, arena que flotaba por el aire. A la izquierda, el mar siempre llegando. El camino marcado por la traza de la maquina se hundía un poco y se iba alejando de la banquina. La banquina de arena, tierra, piedra y polvo se abría gigante en el espacio y separaba a la camioneta del ancho mar. Dos urnas. Temblaban detrás en el baúl de la camioneta. Se dejaban llevar al sitio final. La procesión aminoraba su marcha, queriendo ralentizar el destino del viento. Todo se detuvo. El ruido de varias puertas rompieron la monotonía del aire. Arena, tierra y polvo en las ojotas de las personas que bajaban, en la chapa negra, en las ventanas. Rechinaba la arena contra la piedra, mientras todos se dispersaban para estirar las piernas un poco. El baúl se abrió. Sin poder huir del destino todos se fueron arrimando. En una bolsa de cartón beige venían las dos urnas. Cenizas. Cautivas del viento, del agua, de quien quiera llevarlas. Cada caja de madera tenia en su tapa el nombre escrito en un papel pegado con cinta que identificaba a cada uno. Sobre una piedra lisa se abrieron ambas urnas. Una bolsa plástica, traslúcida, contenía las cenizas. Agujerearon las bolsas para liberar las cenizas, a su próximo destino. La monotonía del aire volvió a ganarle a los otros ruidos. El mar siempre llegando tomo alguna parte de las cenizas y se las llevo. El viento empezó a mezclarlas con la arena, con el polvo. El sol brillaba. Su haz de luz parecía tomar forma. Las partículas todas bailaban y giraban dándole cuerpo al aire, al viento. El silencio de todos se confundió con el del paisaje. Las urnas solidas, vacías, volaron al mar. La bolsa de cartón beige volvió al baúl de la camioneta. El ruido de las puertas cerrarse rompió el silencio del viento. En marcha la tierra volvió a jugar detrás del paso de la camioneta negra. Todos abandonaron el camino de arena, tierra, piedra y polvo. 

No estoy.


Me tomé un remises. Calculé mal el tiempo que tardaba en llegar desde mi casa hasta el lugar y llegué un poco antes. Bastante antes. Había dejado de fumar, tenía ganas de volver a hacerlo, dude de preguntarle al remisero si tenía un cigarrillo para convidarme. Me resistí. Me baje, la calle estaba amarilla, desolada. Cerca estaba el río, no se veía bien por dónde, pero el río estaba escondido por ahí. Caminé unos metros, la vereda era ancha, tan ancha que había autos estacionados sobre ella. Llegué al frente del bar, tenía unos grandes ventanales, donde uno podía ver que estaba sucediendo en una parte de adentro. La puerta del bar tenía dos hojas que estaban detenida a centímetros una de la otra.
Entré sabiendo que nadie me esperaba, que era yo el que iba a esperar y no iba a ser la primera vez. Elegí la barra. Me senté cerca del televisor. A mi cabeza volvió la idea de tener un bar amigo, un lugar al que se pueda ir solo, que el barman ya te conozca que varios televisores estén dando deportes en vivo. En esos años de soltería mis amigos se estaban empezando a casar, a juntarse en familia y necesitaba un lugar para ir de noche solo. La idea del bar siempre me había gustado, siempre me rondo poder ser un habitué de alguno. Nunca lo fui. El bar en el que estaba era un galpón lleno de telas. Adelante había unas mesas con sillas tradicionales. Atrás de esa zona de mesas había otras más bajas que estaban rodeadas por muchos y diversos sillones. Algunas parejas ocupaban los sillones tomando algo, charlando, comiendo. Sentí que era el único que estaba esperando. Sobre la barra había unos vasos con gajos de limón, naranja y lima. Muchos vasos de distintos estilos, un puñado de pajitas negras. Había una inmensa heladera marrón, con puertas cuadradas de la que sacaban las bebidas frías. En el fondo del bar, en una pantalla no muy bien estirada, se proyectaban videoclips. Era 24 de febrero de 2015.
Ayer mi hija se levantó en medio de la noche. Con su peluche del rey león vino a reclamar a nuestra cama. En sombras compuse una mamadera: 7 cucharadas por 240 ml de agua. La agite fuerte, la noche en silencio hizo que sonara más fuerte. Fui con la mamadera y ella a su cama, se la di y la tomo con sus dos manos. Yo me acosté en el piso cerca de ella.
El televisor del bar trasmitía un partido de fútbol. No me acuerdo bien. Creo que era un amistoso, y creo que jugaba Gimnasia y Esgrima de la Plata. Me acuerdo que para el encuentro me puse mi mejor jean, siempre tuve un jean de cabecera, que era el que usaba para salir, para estar elegante. Lo había comprado en una tienda barata en Londres en 2011. Tenía una remera gris de Nike relativamente nueva. Pedí un porrón de cerveza, podía haber pedido un litro pero no quería emborracharme tan rápido. Miré para la puerta entendiendo que no iba a llegar nadie todavía, había llegado demasiado pronto. Tomé un trago. Levanté la vista y dos mozos discutían de algo atrás de la barra, en la cocina se freía algo. El barman acomodo dos comandas y se puso a batir un trago rojo. La gente a mi espalda hablaba.
Volví a mi cama, no sé cuánto tiempo estuve tirado en el piso. Mi hija tiene un año y hace unos meses duerme en esta modalidad de cama a la altura del suelo. Es para que ella se crié de manera más independiente. En realidad, no se mucho porque le hicimos la cama a la altura del piso. Pero está ahí, y cuando ella no se puede dormir yo me acuesto cerca de ella, uso su colchón de almohada y la alfombra de colchón. Al principio incomoda, con el tiempo sigue incomodando, después te acostumbras a estar incómodo. Volví a mi cama. Concilie el sueño bastante rápido.
Estaba por terminar el porrón, cuando me di cuenta que faltaba media hora para que llegue. Tenía tiempo. Pedí otra cerveza, mira a mi alrededor y nada había cambiado. Un mozo levantó de la cocina dos hamburguesas caseras rebalsando de queso chédar y unas papas fritas grandes con piel. En la tele el partido de fútbol había terminado. Algunas parejas de los sillones pagaban la cuenta. La cita era a las 11 hs, tarde para un jueves, pero ella tenía un compromiso. Tomé un trago y me enganché con el noticiero deportivo. En febrero no tienen mucho material para pasar, pero se las arreglaron para completar la hora. Primero pasaron el resumen del amistoso que había terminado hacia minutos. Luego los testimonios que poco aportan en general, pero que ocupan minutos sanos dentro del programa. El barman hizo un fernet. Una moza entregó la cuenta a la cajera, en esos cuadernos negros en donde ponen la cuenta para cuidarla al final de la comida.
Entre las 6.30 y 7.00 suele despertarse nuestra hija, viene con su oveja bajo el brazo. También trae su sonrisa. Se escucha primero el ruido de las maderas de su cama. Se incorpora de pie, calculo que sujetara a sus peluches y encara hacia nuestro cuarto. Su cara está dormida y seria apenas entra, pero cuando conecta con mis ojos que esperan verla, ella sonríe, como nadie me sonrió antes.
Son las 11. Terminé mi segunda cerveza. Miré mi celular, no había mensajes. Nada anunciaba nada. Uno de los mozos esperaba que la cajera le dé el cambio. No sabía nada de la otra persona. Se hicieron las 11.15 y me contuve de pedir otra cerveza porque iba a ser demasiado. Me contuve de escribirle. Me estaba conteniendo bastante. Era la primera vez que nos íbamos a ver. En la tele repetían los goles de un argentino que jugaba en la liga ucraniana. Cambiaron de canal, pusieron Mtv. Empezaron a mostrar un reality donde una chica de 15 años organiza junto a sus padres su fiesta. El mozo abría una heladera de donde sacaba cervezas. La cocina ya no chillaba tanto, todo estaba calmándose. Miré hacia la puerta porque vi una sombra moverse, pero no era. Entro una pareja por la misma puerta que yo. No tenía novedades de la otra persona. Solo quedaría esperar. Vi movimiento en la calle una chica pintada de amarillo por la luz estaba parada, inerte, mirando su teléfono. No sabía si era, porque nunca la había visto. Tenía una camisa a rayas blanca y celeste, un short de jean y unas zapatillas converse negras. Su teléfono le iluminaba tibiamente la cara.

Lucas Gosende

Él estuvo aquí. (No pictures)


 Me invitaron a documentar la visita de un director de cine. Estaría dos días por Buenos Aires promocionando su próxima película. Unos días antes me entero que no quiere que lo fotografíen. Tampoco quiere ver gente con cámaras de fotos a su alrededor. Aquí mi crónica.

 Un director de cine viaja 14 horas para estar dos días, en Buenos Aires, para promocionar un sueño. Dará 1 conferencia de prensa, 18 entrevistas, una charla en una sala de cine con exhibidores, un cóctel en el subsuelo de un lujoso hotel, responderá preguntas en la Usina del arte y más preguntas en la convención del comic. En todas sus intervenciones con el público habla del tiempo que le lleva hacer las cosas. Siempre sin prisa como si sus urgencias se las llevaran las películas de acción que él filma. El director entra por una pequeña puerta a escena, toma el micrófono y buscando aprobación de los presentes dice-Hola- con una pausa mínima agrega — Buenos días.- En un hotel 5 estrellas está el desayuno preparado para los periodistas y concurrentes. Muchos de ellos ya se pararon frente a las medialunas, se abalanzaron sobre el café y tomaron jugos que vienen en pequeñas botellas. Hay ruido de charla, muchos celulares, se escuchan diferentes tonos de español, se mezclan los inmaculados sillones con bolsos de cámara. Separado por un pasillo, una sala contigua tiene sillas beige alineadas como un ejército a la espera de su conferencia de prensa. Los periodistas charlan, miran Facebook en sus teléfonos, las cámaras de video se acomodan en el fondo, en la última fila de sillas uno entrecierra los ojos como si fuera estudiante secundario. Alguien se acerca y pide que pongan sus teléfonos en silencio; y el salón se puso en modo silencio. Se aclaró que no está permitido fotografiar durante la conferencia. Luego de buscar una silla para su traductora, el director responde, siempre con tranquilidad como si la traducción le diera un tiempo para digerir la pregunta. Cuenta su modo de trabajo, su relación con los actores, su acercamiento a este comic en particular. El director que impone respeto termina pidiendo benevolencia a los integrantes de la prensa, por que él sabe que realizar esta película le llevó mucho más tiempo que la filmación tradicional. Él trabaja lento, cada vez que lo dice pide disculpas. Se va de la conferencia de prensa. Y aparecerá sin cruzar el hall, como si fuera un truco de George Melies, en la sala más pequeña donde dará sus entrevistas 1:1, o uno contra uno. Siempre cerca de él un hombre de traje que camina, como si hubiese perdido algo. Todo está cronometrado, él no dirige nada. Un grupo se mueve en su sombra atentos a no perturbarlo, a contemplar sus caprichos y a que nada desencaje en su agenda. Uno por uno los medios ingresan en la sala. Según los que entran sus respuestas se extienden, hace chistes con ellos y hasta firma tapas de DVDs de algún fanático periodista. Cada vez que se abre la puerta, quienes aguardan afuera como si fueran familiares esperando en un hospital, abandonan sus teléfonos, sus computadoras y sus quehaceres apáticos para estar atentos a lo que sucederá. Una chica encargada de la prensa corre hacia el baño en busca de una periodista, vuelve aliviada al ver que ya salía, por que a ella le tocaba luego. Nada puede hacerlo esperar. Una chica se pone nerviosa cuando anota en un papel un pedido para el director; si puede firmar algún poster, este imprevisto no esta contemplado y a ella le genera nervios. Pero él termina haciendo todo lo que le piden de la mejor manera. Como estrella que es, esta acá para dejar su marca, su firma en el público que lo adora, y que él necesita.     Su agenda se traslada a un complejo de cines de Recoleta, donde una avanzada llega antes para certificar y re chequear que todo está en orden. Es un evento importante. El director trajo en la valija de su asistente, 20 minutos del filme, solo podrán ser exhibidos si se tiene la llave, ese código también lo trae su asistente y dura un tiempo determinado. A los participantes del evento se los atiende con unas galletitas que llevan el nombre de la película y algunas gaseosas. En la mejor sala de estos cines, se limpia el suelo de pochoclos, se acomoda el sonido y practica su discurso la gerenta regional. Un periodista hará de maestro de ceremonia en los momentos previos a su llegada. Primero se exhiben los próximos estrenos que la compañía tiene. Luego el maestro de ceremonia toma el micrófono y hace una introducción. El tiempo está tan cronometrado que existe una actividad alternativa por si el director se retrasa. La sala no está llena y una línea de ordenadores de fila sirve para aclarar por qué escalera bajan los concurrentes y por cuál el Director. Llega, baja por donde corresponde y saluda nuevamente. Dice en su español básico buenas noches, pero la traductora y él se corrigen al unísono diciendo que todavía es muy temprano para ese saludo. Está interesado en que le pregunten. Hay un gran silencio. Algunos alientan a otros a que lo hagan. Se rompe el silencio y alguien arroja desde las butacas una pregunta, él responde como sabe, con pausa y entregando todo. Esta vez su traductora no participa tanto. Pero como el inglés no es su primer idioma se hace entendible. Cuenta de su sueño de trabajar con delfines y de cómo no forzó los mensajes en sus películas. Ahora los chicos con los micrófonos bajan y suben la escalera. Repite una vez más que él es lento, que trabaja de modo lento, que escribió desde joven, que tiró a la basura las primeras 200 páginas de una de sus películas, que volvió a insistir escribiendo 200 y las volvió a tirar. Terminó con un texto de 400 hojas en forma de novela y ese sí se lo quedó. Recalca que no sabe vender películas, aunque hace un día que lo está haciendo. Explica que hacer un tráiler es algo completamente distinto, agrega, que algunos trailers cuentan demasiado de la historia, que otros no lo hacen tanto. Él insiste en esconder, dice que esta película esconde mucho. Él tampoco se revela del todo. A los 17 se fue de su casa luego de participar ad honoren en un corto y enamorarse del cine. Apaga su micrófono. En el subsuelo, en un elegante salón, todo es azul, unos posters del film ambientan el lugar, hay una barra semicircular, algunas mesas de apoyo, unas cuantas sillas y dos mesas nodrizas en el centro del salón repletas de comida. Los que estuvieron en el cine hace unos instantes, son agasajados allí.
 Es viernes a las ocho de la noche en Buenos Aires y el director cumple 12 horas en el país. Mantiene su humor, agenda y luego de unos instantes llega al salón. Algunos tímidamente se acercan a él. Entre la barra semicircular y las mesas con comida, charla con quien se le acerca. Un show de tango interrumpe las charlas, él no se da cuenta y le da la espalda al primer baile; cuando se aproxima a la mesa para comer algo nota a los bailarines. Presta atención, graba un vídeo con su teléfono que termina con su cara haciendo alguna morisqueta. Ahí pierde confianza en si mismo y se aleja lo más que puede hasta que la barra lo detiene, trata de buscar otro lugar y termina sentado en una mesa, donde de a poco lo irán rodeando con preguntas. Una chica se acerca a su asistente a preguntar le si pueden tomar una fotografía de él y los presentes. Ella, la asistente, le dice que ya se esta yendo pero que vaya directamente a consultarle a él. Él le dice No pictures, y se despide con un good night, good night. Es sábado por la mañana, hace frió y una fila de gente espera desde las 9 en la puerta de la Usina del Arte. Falta una hora cuarenta y cinco minutos para que se inicie la charla, pero como no son numeradas las entradas la gente llega temprano para tomar una buena ubicación. En el auditorio se organiza, se ordena, y se preparan. Se da sala, el cuerpo central se llena de a poco. Hay lugares reservados para prensa y también las primeras filas para VIPS. Los concurrentes preguntan si se puede tomar mate en el lugar. En el escenario una pantalla gigante muestra de a uno el nombre de las compañías o instituciones que están involucradas. Un sillón tres cuerpos y uno de uno forman una ele y por delante una mesa haciendo juego sostiene unos vasos y unas botellas de agua sin etiquetas. Del otro lado del escenario en letras corpóreas hay un #. Un fotógrafo intenta colocarse cerca del escenario y lo rodean muchas personas y sin siquiera quitarle la tapa a su cámara vuelve atrás con su equipo. Salen al escenario un periodista de espectáculos, que es a su vez productor y un político del gobierno actual. Re entra el periodista/productor con sus pantalones verdes a escena, cuenta un poco más en profundidad sobre el comic y hace una auto referencia. Pide que no se tomen fotos, menos utilizar un flash. Se proyecta un video con todos los trabajos del director. Aplausos. Un silencio de murmullos, una tos por el fondo. Se ve que hay movimiento en la puerta izquierda del escenario, donde una luz roja ilumina algunos rostros. Señoras y señores con ustedes… Sale a escena con una remera negra estampada con el nombre de su película, un buzo negro con capucha, un jean negro. Aplausos, saludos. El público estaba avisado de que iban a poder hacer preguntas. Se sientan, él a la derecha en el sillón tres cuerpos, su traductora bien pegada a la otra punta y el periodista en el sillón de una plaza. Una vez acomodados, él interrumpe al periodista y pregunta cuánta gente estudia cine, que levanten la mano. Muchos lo hacen y ahí afirma por qué quiere que la gente pregunte. Sonríe, cuenta sus vivencias con pausa. Habla de la música en sus películas, de que son su segundo texto dentro de ellas. Cuenta anécdotas sobre la generosidad de algún otro director. El público ríe, algunos declaran llorar por estar escuchándolo. Es un artista, eso dice. Da consejos. Explica el uso del objetivo, ejemplifica con escenas. Cómo construye sus personajes. Vuelve a insistir que no sabe vender películas. Alguien maravillado le pregunta cómo hace para escribir tanto y trabajar tanto. Él responde que todos estamos capacitados para hacer varios trabajos en un día, como ser buenos padres, hermanos, maridos. Lo hace ver como algo que no tiene truco, la ficción está en la pantalla. Presenta el tráiler de la película. Se vuelve a sentar y acepta alguna pregunta más. Cuando llega la última, pide que sea una mujer. Se retira entre aplausos. Todo se desplaza hacia la convención de comics, donde el director dará su último acto. En Costa Salguero lo espera un escenario techado, cerrado, con un gran espacio para gente de pie. Al fondo del mismo dos tarimas con algunas sillas. La gente se sienta en el campo, que en lugar de césped tiene una alfombra roja. Tres pantallas inmensas, luces de colores y un presentador oficial que toma un micrófono y entretiene al público que espera allí, anuncia futuras actividades y promueve que el público aplauda. Invita a que si alguno encontró algo, lo acerque al escenario. Por delante del escenario algunas cámaras, una de ellas en una grúa. Una valla sirve de contención y es usada por el público para apoyarse en ella como si fuera un recital. Se oye música. Hay un panel previo, un actor argentino entra vestido de Stormtrooper para promocionar una co-producción argentina-española. Mientras tanto atrás de escena se sincroniza la agenda del director: a qué hora llega, por dónde va hacerlo. La convención está llena de gente, es casi imposible andar por los pasillos. Su panel esta organizado para las 15hs, se retrasa unos minutos. La gente se arrima al escenario. Son las 15:15hs y el presentador oficial da su cuenta de instagram al público para que le manden mensajes y cuenta algunos. Se ríe, hace participar al público, se sienta en el sillón, hace una humorada como si fuera Susana Giménez, tira latiguillos como que lo peinó el viento y pasa su mano por la cresta que tiene echa en la cabeza. Ahora sí dice. Le da suspenso. Entra el periodista que lo va a entrevistar, repite que al director le encanta que le hagan preguntas, que no le tomen fotos, menos con flash. Nuevamente el artista en gateras, lo acompaña un integrante de la convención para que no se tropiece en las escaleras, por detrás una chica lo graba con su teléfono, previos consejos y explicaciones que él le dio. Explota el campo del escenario con aplausos. Él se dirige hacia el centro, hacia un costado, saluda con una reverencia y otra más. Pide que le pregunten. Uno intenta en inglés, los nervios lo traicionan y termina preguntando en español. A su derecha la traductora le acerca la gente. Cuenta de él, de su vida, de sus sueños y da consejos a padres sobre si tienen un hijo con inquietudes creativas; el público aplaude. Se levanta, pide que le acerquen la cámara de la grúa y da indicación a la misma. Que se ponga a la altura del piso, que mire hacia cierto lugar. Grita ¡¡Action!! y la cámara va hacia el público, que mirándose en la pantalla gigante, grita y levanta los brazos. El periodista agrega -Han participado en un escena dirigida por el director!!. Han sido todos bautizados en el nombre del cine. Pausa. Pide que no graben con sus teléfonos lo que viene, que sean respetuosos con lo que van a ver, que no está terminado. Son 6 minutos. Repite, no lo graben. Hay gente entre el público para evitar eso. Le aclara a los presentes que habrá una segunda parte si la gente va al cine a ver esta. Que no depende de él. Dice que debe tomar un avión, ese que escuchamos cada 5 minutos pasar por acá arriba. Antes de bajar aclara que firmará autógrafos a los que estén más cerca de la valla, al resto les manda un cariño grande y les agradece. Aplausos. El artista baja. Se ve de lejos una fotógrafa de la convención tratando de tomar algunas fotos, su asistente lo nota y pide que la saquen. Una integrante de la compañía, que lo acompaño estos días, interpone su mano en el lente. Todo funde a negro.