El escruchante soy yo.

Entré al lugar con la mente en penumbras. El sol de tarde daba a una ventana que no era la que yo miraba. Dudé. Desde la frontera que supone esta puerta se ve conocido. Entrando por sorpresa a lo que podía ser mi casa, empujé la puerta pensando que tal vez del otro lado había alguien, pero estaba vacío. Vacilé un momento. Había un desorden familiar. Un gran estante colgaba a la derecha, unos libros, una mesa, una gran ventana al fondo tapada por una cortina blanca, cálida, que oscurecía la sombra y el sol que entraba. Di pasos lentos en ese primer tramo. Tomé una pausa en el pasillo, y vi una foto impresa y enmarcada en la pared, de una lata de cerveza que espía tras una bolsa de papel. Miré hacia el cuarto, en algún momento pareció mío, se veía cálido, intrépido, desarreglado. Era un departamento con pocas fotos familiares, un reducto sin personas presentes. No había fotos mías, por eso sentía que aquello que había ahí no era mío ni de nadie. De improvisto me agache frente a una mesa de luz. Revolví buscando algo que valoré alguien. Tomé sin más lo que había. Busque en el placar algo familiar. Hallé una cámara de fotos. Unos lentes me reflejaban. Me vi comprometido en ese obturador. En el fondo, un bolso negro brillaba en lo oscuro de la ropa. Reuní las cámaras y sus lentes. Las tome con violencia, Me llevé de mí, lo que más me gustaba. Aparté los ojos del resto y ahora busco. Acecho, como acechan a Borges los espejos, como el cazador, como el oportunista. Husmeo. Me estiré para sujetar con fuerza una Yashica Mat G 124 que estaba envuelta en cuero. Ahí descansando sin ser usada por nadie. Sujeté lo que pude. En la búsqueda no vi los ojos de niños, ni adultos enmarcados. Esta es una casa sin rostro que se parecía a la mía. Tanta cámara, y aquí en esta mesa de luz nada que me hable de ti, no hay recuerdos del mar frio, no hay padres sosteniendo a ninguna niña, no hay beso de romance joven en el litoral de algún sitio, no hay aquí imagen que diga feliz año. Tantos lentes guardados y en estas paredes blancas no hay nada. Nadie sopla una vela que diga feliz cumpleaños, te queremos mucho. Yo me paro en tu sitio y tomé lo que descansa, como la tarde de este sábado que apaga su luz. Sospecho que estas volviendo. Tengo que huir porque allí vengo yo en el ascensor subiendo y nuestros destinos no pueden cruzarse. Temblando un poco por la emoción de irme con lo que ahora es mío y lo que ayer fue tuyo. Escapo de esta tierra repleta de recuerdos guardados en discos rígidos. Miro allí, como libro esperando a ser leído, otra cámara más. La llevo si no la usas; permíteme hacerlo. Temo que se pierda su imagen entre tanta palabra. Debo salir rápido que estoy llegando. Por la otra puerta quien no soy yo, sé está yendo como casi siempre. Su imagen en mi mente se vuelve a escapar siempre. Se escapa de mi como cuando  me duermo. Allí parado frente a lo mío estas vos y estoy yo. Estamos ante la misma imagen. Cuando me vaya y veas lo que ya no está entre tu ropa, veras una sombra de mí. Sombra que recorre este espacio tuyo sin rostro, como una casa sin fotos. Como un taxi sin pasajeros. No temas. No me llevo tus imágenes pasadas, ni el recuerdo débil de tu conciencia. 

Entré. Ya no estoy. Me fui. Me hubieras detenido solo si hubieras dejado colgado en un rincón de esta casa algo que mostrara un reflejo mio. Capaz si no escondieras las imágenes en estas cajas negras. Si hubieras puesto sobre algún estante un álbum con el lomo gordo y bordo, con letras doradas, que diga Álbum Familiar, para que yo me distraiga, capaz me detenía a mirar esos marzos escolares, ese tiempo joven de abanderado falso. Si en esa tarde de sábado durante mi huida encontraba apretada con chinches en un corcho algunos recuerdos salteados. Capaz mi mirada te encontraba. Si esos cuatro portarretratos vacíos que están colgados dijeran algo de mí, entonces me hubiera visto, me hubiera detenido. Pero no. Capaz soy yo el ladrón que entra en silencio y que guarda celosamente esas fotos y no las muestra. Soy yo el que roba historias y no las reúne en forma de papel, en la mesa donde se toma el té y se juntan las tías a contar otra vez ese viaje. Soy yo el que no les pone un epígrafe que diga: “Carlos y Susana con Horacito en Mar del Plata, 1985”. Entre tanta imagen, vos y yo sin vernos. Mientras tanto me quedo con las mieles de la duda de cómo será tu rostro y me quedo con este carro con lunares, para las compras de domingo, en donde envolví el bolso negro, las cámaras y lo que ya no es mío.


Lucas Gosende. 

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